Iglesia de "Ca la Mare de Déu"

Siglo XVIII

Situada dentro de los muros de la villa medieval, la iglesia de la Virgen María es la nueva sede, construida a mediados del siglo XVIII, de la Cofradía de la Virgen María. Esta antigua hermandad fue fundada, a finales del siglo XIV, por iniciativa de un menestral vecino de Llíria para el auxilio y la acogida de enfermos y pobres vergonzantes. Una limosna de caridad permitió la construcción del antiguo edificio gótico y la continuidad de la tarea asistencial y religiosa de la cofradía. Tenemos numerosas referencias documentales que indican que el edificio antiguo se usaba como sede para la celebración de los consejos municipales hasta la construcción del nuevo palacio de la villa, en la plaza Mayor, a principios del XVII (Civera *Marquino, 1988; *Llibrer, 2019).

La degradación del edificio medieval, con estructura de arcos diafragmáticos -parecidos a  las iglesias de la Sangre y el Buen Pastor-, originó el nuevo proyecto de la actual iglesia, en un contexto de importante crecimiento demográfico y diversificación económica que fue el siglo XVIII, y donde la construcción de numerosas capillas y ermitas (la de San Vicente, el Remedio, la reforma del *beaterio de San Miquel o del convento de franciscanos), e incluso la nueva cámara del pósito, son testimonio del desarrollo de este periodo (*Rozalén, 2011).

Una serie de lluvias torrenciales durante los años 1756 y 1757, afectaron gravemente la cubierta del edificio gótico que ya sufría numerosos desperfectos estructurales desde hacía tiempos. Así, los mayorales de la cofradía deciden, en capítulo del 15 de julio de 1758, el escombro de la sede y la construcción de un nuevo templo. Se encarga la dirección de todos los trámites de la obra a padre Lluís Francesc Monravà, presbítero beneficiado en la parroquia de la Asunción, y también a Miquel Martínez Cerezo, vecino de Llíria, y posiblemente mayoral de la cofradía (Martí Ferrando, 1986). El antiguo cronista oficial de Llíria aporta otras informaciones sobre el proceso constructivo pero en ningún momento indica la fuente (quizás algunos libros parroquiales o el conocido repertorio del escribano Miquel Geroni Monravà, de finales del siglo XVIII, hoy perdido).

El primer punto clave en relación a la construcción del nuevo edificio es un ligero pero importante cambio de ubicación: el templo proyectado no estará situado sobre los escombros del antiguo sino a su lado, hacia el suroeste, porque se ganaba así estabilidad para los cimientos, y se evitaba a la vez el importante desnivel para el acceso actualmente todavía patente en la plaza de la Virgen María y la calle de la Virgen. Esta decisión supuso el ajuste del edificio en el cuadrante superior de la actual plaza de la Virgen María, y dejó el cementerio que todavía hoy se puede observar.

En octubre de 1758, cuando ya se habían terminado los cimientos y los puntos de sostén, se hizo un acto protocolario de inauguración de la obra -y que por esta razón ha dejado hoy referencia documental concreta: aprovechando la presencia en Llíria del visitador general del arzobispado, el canónigo Josep Ignaci Piñana, se puso simbólicamente la primera piedra del nuevo edificio. El 28 de octubre de 1758, el canónigo y el conjunto del clero de Llíria, encabezado por Miquel Feltrer, rector, y con todo el conjunto de los beneficiados del pueblo, salieron en procesión desde la iglesia de la Asunción hasta el solar donde se iniciaban las obras. Una vez allí, en el espacio abierto donde iría posteriormente el presbiterio de la iglesia, se celebró una Misa Solemne, con la posterior bendición del solar. Se depositó entonces una piedra jaspeada dentro de una fuente de plata en uno de los agujeros de los cimientos (Martí Ferrando, 1986).

Estos detalles anecdóticos no hacen sino confirmar la importancia que la construcción de la nueva sede de la cofradía tenía para los vecinos y el clero de Llíria. La acción caritativa que todavía llevaba adelante la hermandat, y la participación de sus cofrades en las diferentes celebraciones y procesiones penitenciales, marcaba la trascendencia y la necesidad del nuevo proyecto. De hecho, los gastos que exigió la construcción fueron financiadas por donaciones, limosnas y algunas fundaciones particulares (*Llibrer 2019).

Sin embargo, tenemos también noticias que nos dicen que la construcción se alargó durante casi ocho años; periodo quizás demasiado largo que no hace sino indicarnos que el ritmo de recaudación popular fue intermitente. Finalmente, la iglesia se abrió al culto en verano de 1764. Aprovechando la festividad de la Virgen María de agosto, se trasladó su imagen al nuevo templo, y se celebraron tres días de fiesta que concluyeron con una destacada procesión donde participaron todas las cofradías del pueblo, y con las imágenes de San Miquel, San Vicente, el *Ecce *Homo, la Virgen María del Rosario y el Buen Pastor, y la misma imagen de la Asunción (Martí Ferrando, 1986).

El nuevo edificio tiene muchas relaciones formales con la misma iglesia parroquial de la Asunción. De hecho, la planta sigue el diseño del gran templo barroco pero con menores dimensiones: una planta cuadrangular dentro de la cual destaca la nave única con capillas inscritas no comunicadas; un segundo espacio marcado por el transepto estrecho con crucero cubierto con cúpula sustentada por conchas y sin tambor ni linterna, pero de una fiinura en la estructura y el diseño que recuerda la solución formal y técnica del primer clasicismo de Brunelleschi en su capilla de los *Pazzi en Florencia. El presbiterio plan con cámaras laterales de servicio da a todo el conjunto la uniformidad de una planta de perfección rectangular.

Y es que esta pequeña iglesia nada a tiene a envidiar a su hermana mayor, la parroquial situada unos metros más al abajo, a pesar de que su exterior poco cuidadoso no hace honor a la riqueza que contiene en el interior. La belleza de su clasicismo se observa a cada detalle: desde la vuelta de cañón con lunetos que cubren la nave, la cúpula, los arcos menores de las capillas laterales, la tectónica de las cornisas y pilastras..., todo da al conjunto un cuidadoso equilibrio entre espacios. Y para conseguir esta armonía, la aplicación de la sintaxis palladiana acontece un rasgo de calidad y distinción en el diseño. Esta sintaxis se configura mediante dos órdenes arquitectónicos: un orden mayor, configurado por las pilastras de la nave central con su entablamento (de friso y doble cornisa) que cruza todo el perímetro del edificio y contribuye a darle unidad al conjunto; y otro orden menor, a las capillas laterales, con sus arcos formas y vueltas de cañón perpendiculares al eje principal, y también con sus pilastras y cornisas continuas, que integran de forma perfecta todos los elementos formales. Unos elementos arquitectónicos que acontecen auténtica decoración en un espacio pequeño pero de elegantes y cuidadosas proporciones.




Sus Capillas




Ubicación